—¿Por qué pelean?— preguntó asombrado un turista nacional que miraba el Tinku de Pocoata, provincia Chayanta, Potosí.
—No peleamos. Solo intercambiamos un par de puñetes— respondió uno que se daba un descanso después del zapateo uniforme y armónico al ritmo del charango de cuerdas de acero, afinado en temple cruz o quinsa temple.
—¿Acaso intercambiar puñetes no es pelear? ¿Acaso no es violencia?— insistió el turista.
—No es violencia; es deporte; nosotros peleamos por deporte.
—¿Y qué ganan en este deporte?— ironizó el turista.
—Orgullo, respeto. ¿Acaso vos no tienes orgullo? Si quieres probar tu orgullo, te ayudo a elegir ahorita a otro tinku y entras a la cancha como un catalán gallito—sugirió el orgulloso y lindo pocoateño, y se puso su montera para buscar un rival para el visitante; mas cuando se dio la vuelta, el turista ya no estaba.
El Sol de mayo fue testigo de esta charla. El Sol es el testigo más antiguo. De hecho, es la estrella que vio desde el primer día cómo los Charcas intercambiaban un par de puñetes cada día entre ellos como una forma de alistarse para un cuerpo a cuerpo contra los pueblos que los rodeaban y amenazaban su existencia.
El Sol vio como nació esta fiesta. La Cruz llegó después, pero tuvo la habilidad de bautizarlo con su nombre: Fiesta de la Cruz. Si un día muriera la cruz, el Tinku seguiría vivo porque su vida depende del Sol.
Mientras brille el Sol, el Tinku de Pocoata brillará.
Autor: Andrés Gómez Vela