Según el nforme realizado por WWF, de las casi 21.000 poblaciones de mamíferos, aves, peces, reptiles y anfibios analizados en todo el planeta, el 68 por ciento, en promedio, muestra un declive, un descenso registrado entre 1970 y 2016.
En este escenario, las poblaciones de las especies de Latinoamérica y el Caribe están entre las más golpeadas, según el índice de Planeta Vivo. Para ser más exactos, el 94 por ciento ha sufrido una reducción. “La alteración de praderas, sabanas, bosques y humedales, la sobreexplotación de especies, el cambio climático y la introducción de especies exóticas constituyen las principales amenazas”, señala el informe.
“Estamos llegando a un punto de no retorno”, afirma Luis Germán Naranjo, director de Conservación y Gobernanza de WWF Colombia y uno de los editores del informe. Y agrega que la situación más grave se presenta en especies de agua dulce, anfibios y reptiles.(Le puede interesar: Las migraciones climáticas afectarán especialmente a América Latina)
Una región en problemas
“La biodiversidad de los ecosistemas dulceacuícolas está disminuyendo a un ritmo más rápido que en los mares o los bosques”, precisa Naranjo, y explica que la declinación de los reptiles y peces se debe a la destrucción y fragmentación de sus hábitats, principalmente por el cambio de uso de suelo.
“Latinoamérica —indica— ha tenido una transformación acelerada a partir de finales de la década de 1960, y esa transformación de los ecosistemas no ha cesado desde entonces”.
Según el informe de WWF, de las 3.471 poblaciones de agua dulce evaluadas por el índice Planeta Vivo, el 84 por ciento, en promedio, se ha reducido desde el año 1970, es decir, alrededor de una por año.
“La pérdida de biodiversidad no es una mera cuestión ambiental, sino un auténtico desafío para la economía, el desarrollo y la seguridad global. Se trata de una cuestión de autoprotección”, precisa el reporte.
Fanny Cornejo, coordinadora regional del Grupo de Especialistas en Primates para la sección del Neotrópico de la UICN, considera que la reducción de las poblaciones es “una pérdida gravísima, entre otras razones por los roles de estas especies en la salud de los ecosistemas”. Cornejo menciona que algunos de estos efectos no serán visibles de forma inmediata. Está ocurriendo lo que se conoce como ‘deuda de extinción’. Y es cuestión de tiempo para su desaparición.
Renzo Piana, director de ciencia y conservación de la Sociedad de Conservación del Oso de Anteojos de Perú, explica que esta reducción de la diversidad biológica afecta también la provisión de los servicios ambientales que son fundamentales para la supervivencia del ser humano.
“Las personas que viven en zonas rurales dependen directamente de estos recursos, cada vez más escasos”. Piana cita como ejemplo la costa peruana, que depende directamente del agua de los glaciares de los Andes —actualmente en retroceso—, que se traducirá en millones de habitantes con serios problemas para acceder a los servicios de agua.
El informe también recuerda que “la biodiversidad desempeña un papel crucial para el aprovisionamiento de comida, fibra, agua, energía, medicinas y otras materias primas”. Además, explica que la biodiversidad resulta clave para la regulación del clima, calidad del agua, el control de inundaciones, etc.
La vegetación desaparece
El informe ‘Planeta vivo 2020’ también alerta sobre la pérdida de vegetación. “El número de plantas extinguidas documentadas es el doble que la de mamíferos, aves y anfibios juntos”, se lee en el documento.
El reporte también hace referencia al estudio ‘Plantas verdes en rojo: una evaluación global de referencia para el Índice de Muestras de Plantas de la Lista Roja de la UICN’, publicado en el año 2015, que analizó una muestra de miles de especies representativas de la biodiversidad vegetal global y demostró que una de cada cinco especies (22 por ciento) estaba amenazada de extinción, en su mayoría en zonas tropicales.
“Existe el concepto denominado plant blindness, que se puede traducir como ceguera hacia las plantas”, comenta Reynaldo Linares, investigador del Instituto Smithsonian para la Biología de la Conservación, en referencia a que percibimos como biodiversidad principalmente a los animales y la mayoría de los estudios están enfocados en esta biodiversidad.
Linares explica que todo está basado en interrelaciones y en el intercambio de materia y energía entre las especies; por lo tanto, si se saca el componente vegetal clave en un ecosistema, todo se cae. “La consecuencia última es el colapso”, precisa.
América Latina y el Caribe también es señalada como la región donde la deforestación y fragmentación del hábitat avanzan de manera acelerada. “La mitad de la causa de la pérdida de diversidad se debe a la pérdida de hábitat”, dice María José Villanueva, directora de Conservación de WWF México.
Naranjo, de WWF Colombia, sostiene que el cambio en los patrones de uso de la tierra y el avance de frontera agropecuaria son claves en la deforestación de los bosques y la Amazonia en América Latina.
“Los frentes de deforestación noroccidental y suroriental de la Amazonia han estado activos. Estamos perdiendo la conectividad entre la Amazonia y los Andes. La colonización del sur de Brasil también es alarmante. En Colombia, Bolivia, Perú y Venezuela también se han dado cambios drásticos por la deforestación”, manifiesta Naranjo.
Un poco de esperanza
Pese a las cifras alarmantes, el reporte también indica que existen ecosistemas que aún se mantienen prácticamente “sin huella humana”. Entre estos lugares se consideran algunos sectores de la Amazonia suramericana, principalmente en Brasil. “Aún existen áreas de conservación muy grandes”, comenta Naranjo.
A esta esperanza se suma Villanueva, quien asegura que existen soluciones que pueden revertir estas pérdidas. Por ejemplo, el incremento del esfuerzo de conservación que incluye una mayor extensión y gestión de las áreas protegidas, así como más esfuerzos en restauración y planes de conservación a escala paisajística.
La segunda es una apuesta por una producción más sostenible, tanto en la producción como en el comercio de alimentos. Y la tercera se basa en un consumo más sostenible que contempla una reducción del desperdicio de alimentos e incluye cambios en la dieta, con miras a una menor ingesta de calorías de origen animal en los países con alto consumo de carne. (El Tiempo)