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Gaceta del Sur Opinión Carlos Andrés Torrico Monzón

Adiós a Mario Vargas Llosa, el autor que convirtió la literatura en un acto de vida

Durante su niñez en Cochabamba descubrió la magia de las palabras y el poder de la ficción que lo acompañarían toda la vida.

15 de abril de 2025 | 18:50 |
en Carlos Andrés Torrico Monzón, Sociedad
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Adiós a Mario Vargas Llosa, el autor que convirtió la literatura en un acto de vida
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El mundo de las letras despide a uno de sus más grandes exponentes: Mario Vargas Llosa, escritor, ensayista, periodista y Premio Nobel de Literatura, falleció este domingo 13 de abril, a los 89 años, dejando un legado inmenso en la literatura hispanoamericana y mundial. Autor de obras fundamentales como La ciudad y los perros, La casa verde, Conversación en La Catedral y La fiesta del chivo, Vargas Llosa fue una voz lúcida y polémica que marcó generaciones.

Nacido en Arequipa, Perú, en 1936, y naturalizado español en 1993, Vargas Llosa fue parte fundamental del llamado «Boom latinoamericano», junto a Gabriel García Márquez, Julio Cortázar y Carlos Fuentes. Su pluma, sin embargo, encontró un camino propio, con un estilo directo, elegante y obsesionado por entender el poder, el deseo y la fragilidad humana.

Antes de convertirse en el gran narrador que el mundo conoció, pasó una parte clave de su infancia en Cochabamba, Bolivia, donde vivió entre 1946 y 1947 con su madre y sus abuelos maternos. Tenía apenas 10 años, pero esos meses marcaron su sensibilidad de manera profunda. En entrevistas y ensayos autobiográficos, él recordaba la libertad que experimentó en esa ciudad del valle, la fascinación por los relatos orales y la convivencia con un entorno social que despertó su imaginación. “Fue en Cochabamba donde empecé a inventar historias”, confesó años después. Aquella vivencia boliviana dejó una huella emocional en su vida.

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Fue también un personaje público influyente: candidato a la presidencia del Perú en 1990, columnista habitual y figura central en debates políticos e intelectuales del mundo hispano. En 2010, fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura “por su cartografía de las estructuras del poder y sus imágenes mordaces de la resistencia del individuo, la revuelta y la derrota”.

Su muerte deja un vacío en la literatura y el pensamiento contemporáneo, pero también una huella imborrable en millones de lectores. Yo fui uno de ellos. Aunque cada lector tiene su Vargas Llosa, el mío se llama Travesuras de la niña mala.

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Leí esa novela como se descubren ciertas verdades emocionales: sin saber que iban a doler tanto. En ella, Vargas Llosa nos cuenta la historia de Ricardo, un traductor peruano viviendo en París, atado a una relación intermitente, contradictoria y apasionada con una mujer enigmática a la que nunca deja de amar, por más que ella desaparezca, regrese, lo engañe o lo ignore. Una historia de amor sin moraleja, sin redención, pero profundamente humana.

Mucho antes, Vargas Llosa irrumpió en la literatura con «La ciudad y los perros» (1963), una feroz crítica al autoritarismo en un colegio militar. Le siguió «La casa verde» (1966), una compleja narración sobre la selva y la corrupción, y luego «Conversación en La Catedral» (1969), considerada una de sus obras más ambiciosas por su estructura y análisis del poder en el Perú. En los años siguientes publicó títulos emblemáticos como «Pantaleón y las visitadoras» (1973), una sátira sobre la burocracia militar, y «La tía Julia y el escribidor» (1977), una novela de tono más autobiográfico. Ya en los noventa, su narrativa maduró con obras como «La fiesta del Chivo» (2000), una poderosa recreación de la dictadura de Trujillo en República Dominicana. Su vasta producción abarca novelas históricas, políticas, eróticas y filosóficas.

Hoy, el maestro deja de escribir, pero no de hablarnos. Sus libros seguirán diciéndonos cosas nuevas cada vez que los abramos. Porque así son los grandes: no se van, se quedan en las palabras que dejaron.

“Me gustaría que la muerte me hallara escribiendo, como un accidente”

En su última entrevista con BBC Mundo, publicada originalmente en mayo de 2019 y rescatada tras su fallecimiento, Mario Vargas Llosa nos regaló un testimonio sobre su relación con la escritura, la vejez, la política y su papel como intelectual público. A sus 83 años, afirmaba con serenidad y convicción: “Trabajo siete días por semana, 12 meses al año. Y no tengo la sensación de que es un trabajo. Realmente escribir es para mí un placer.”

La conversación, se desarrolla en la casa madrileña del escritor, donde escribía todas las mañanas frente a su escritorio adornado con un busto de Balzac, libros sobre el Congo y las últimas ediciones de revistas literarias. En ese entorno silencioso y meticulosamente ordenado, Vargas Llosa reflexionaba sobre la disciplina como la clave de su longevidad creativa, pero también sobre la vida como materia prima de su obra: “Nunca he sido una persona pasiva (…). Desde muy joven he creído que ser escritor significa también una responsabilidad de tipo social y político.”

Ese compromiso vital —tan característico de su trayectoria— se refleja en su participación en causas públicas, su incursión política y su constante defensa del pensamiento crítico frente a la banalización cultural. “Las imágenes son más perecederas que las ideas, menos importantes a largo y mediano plazo”, sentenciaba con preocupación por una sociedad más seducida por el espectáculo que por el pensamiento.

La entrevista adquiere hoy un peso especial. Vargas Llosa decía que no concebía la vida sin el acto de escribir. “Si no, sentiría que la historia se me deshace, se me dispersa”, confesaba. Y en su frase más recordada de aquella conversación, quizás sin saberlo, resumió su propia despedida al mundo: “Me gustaría que la muerte me hallara escribiendo, como un accidente.”

Así se fue el último gran representante del boom latinoamericano, el narrador de tantas guerras internas y externas, el cronista del poder, del amor y del desengaño. Vargas Llosa murió como vivió: escribiendo. Porque para él, escribir no era un trabajo, sino la forma más pura de estar vivo.

Una vida dedicada a las letras

  • 1936: Nace el 28 de marzo en Arequipa, Perú.
  • 1946-1947: Vive en Cochabamba, Bolivia, con su madre y abuelos maternos, una experiencia que marcará su sensibilidad literaria.
  • 1959: Se instala en París, donde trabaja como periodista y comienza su carrera literaria.
  • 1963: Publica La ciudad y los perros, su primera novela, que gana el Premio Biblioteca Breve y lo lanza al reconocimiento internacional.
  • 1969: Aparece Conversación en La Catedral, considerada una de sus obras más complejas y representativas.
  • 1981: Publica La guerra del fin del mundo, novela histórica inspirada en la rebelión de Canudos en Brasil, considerada una de sus obras maestras.
  • 1990: Se presenta como candidato a la presidencia del Perú, siendo derrotado por Alberto Fujimori en segunda vuelta.
  • 2000: Lanza La fiesta del Chivo, sobre la dictadura de Trujillo en República Dominicana, ampliamente aclamada por crítica y lectores.
  • 2010: Recibe el Premio Nobel de Literatura por su cartografía del poder y su capacidad para narrar las resistencias, rebeliones y derrotas del individuo.
  • 2025: Fallece en Lima, dejando un legado literario universal, con una obra traducida a más de 30 idiomas.

Por Carlos Andrés Torrico Monzón

Tags: Opinión
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