En tiempos virales (fisiológicos, biológicos y digitales) y cuando la razón no vale nada sino el sentimentalismo barato que cuesta caro, describir un hecho es una tarea titánica como absurda.
El virus chino nos ha matado la vida. La absorción cultural nos ha deformado la realidad. La dicotomía política ya es múltiple y no binaria.
En ese extraño contexto, hoy opinar algo coherente es, como diría H.C.F. Mansilla, una pérdida de valioso tiempo.
Un solo ejemplo que engloba los tres ejes anteriores.
Preste en una localidad de Oruro. Llega Modern Talking, el dúo alemán del eurodance que hizo bailar al mundo en los 80s.
Primera reacción, catalogar a los prestes como viles e irresponsables por contagiar y propagar la enfermedad.
Otros, los racistas, no conciben ver a unos cholos con plata, codeándose con artistas de esa talla. «Deben ser contrabandistas o narcos», dicen.
Entonces queda hacer la reflexión objetiva y pedir a unos y otros la respuesta racional.
¿Estamos seguros que el virus chino estaba presente en esa fiesta? ¿Vamos a dar seguimiento para conocer dato y nombre de cuántos se contagiaron? Eso tomará un par de semanas hasta presentar síntomas, así que ningun juez viral lo podrá confirmar.
Luego vamos a lo económico.
Esos representantes de la burguesía andina ¿acaso son delincuentes o al contrario, nos muestran el camino a seguir?
¿Acaso no te corroe la envidia porque tú quisieras tener a tu artista favorito en tu fiesta, pero no puedes porque te dedicaste a perder tiempo y dinero?
Seamos claros. O eres comerciante o eres político para salir de pobre en este bendito país. Los profesionales invierten su dinero en más cartones para ilusionarse por un futuro que a pocos les surte. Muy pocos.
Tal vez vender, vender y vender es la clave.
Mientras el «clasemediero» gasta su plata en deseos de prosperidad cada fiesta, el comerciante vende, vende y vende.
Tú compras (gastas) velitas y calzones en Año Nuevo, billetes de papel en alasita, confites y globos en carnaval, inciensos y lanas de colores en el mes de la pachamama, la ch’alla, y llegas a Navidad y Reyes con los regalos y para pascua los huevos y ramos. Todo lo haces pidiendo salud, dinero y amor. Pides a Dios, pides a la tierra, pides al santo, pides al cuadro, pides al hada de los dientes. Todo es pedir y gastar. (Ojo: Respeto la fe individual, cuestiono las excesivas formas paganas).
Toda tu plata se fue al bolsillo de gente como los prestes Condori – Laura (solo por ejemplo) que capitalizan aquello para cantar Cheri Cheri Lady con una pared de cajas de cerveza que comparten y ostentan con sus pares. Mañana guardarán el traje sastre y la pollera de bordados finos y volverán a vestir cualquier ropa de combate para ir a traer mercadería de contrabando y para atender el puesto. «Caserita, rebajame pues», le dirás mañana a la arrodillada vendedora que anoche le pagaba en dólares a Thomas y Dieter.
Esa es la realidad.
Acá criticamos y juzgamos, pero sin datos ni hechos. El sentimentalismo nos guía en las tinieblas de la pandemia, nos confunde y hoy nos hace más daño que la propia enfermedad. Infodemia, posverdad, covid, etc. Son lo mismo.
Y como son lo mismo, la receta mágica es una sola: protección.
Protégete de la saturación informativa, no caigas en la moda de opinar o juzgar según la tendencia de moda, porque la moda de hoy es odiar.
Protégete de las mentiras, como la mentira del «golpe», como la mentira de que el capitalismo es malo o la mentira de que el virus de por sí estaba presente en el preste de Oruro o en la fiesta del vecino. Lo real es que existe riesgo de contagio hasta en el taxi que tomas con tus hijos para ir al mall.
Finalmente, protégete del virus chino (porque así se debe llamar a este acto genocida) usando el barbijo junto a reforzar tus defensas. El barbijo, genios «pro libres», protege que tus gotículas salpiquen a los otros y que esa saliva te llegue de otros a tu boca. Es una barrera que no coarta tu libertad en nada. ¿O intventaremos el «derecho a mostrar los dientes y sacar la lengua»? ¿Acaso libertad es «hago lo que me da la gana»? Recuerda que «mis derechos terminan donde empiezan los derechos del otro».
Junto al barbijo y el alcohol al 70%, hay que reforzar el sistema inmunológico, eso es alimentarse y tener suplementos y vitaminas a la mano antes que fármacos costosos cuando ya sea tarde.
Cortar la cadena de contagio también debe ser parte de la nueva rutina. Con cada ola de la pandemia debería existir un tiempo de corte a las actividades. Es triste, pero sobre todo en las ciudades es donde se concentra el virus y se requiere bajar el flujo de gente. Ahí sí están los datos irrefutables sobre la realidad concreta.
Y sobre las vacunas, creo que hay más dudas que esperanzas. Recuerda que ser vacunado no te hace inmune al contagio, solo es un paliativo a la agresividad que pueda presentarse en tu organismo cuando te contagies. Decidir vacunarte o no, es tu decisión y nadie puede obligarte a una u otra opción.
Autor: Iván Rada