La inteligencia artificial, lejos de ser un recurso etéreo como sugiere el término “nube”, está asentada en estructuras físicas que devoran electricidad, agua y minerales a una escala alarmante, según alerta la investigadora Sasha Luccioni, experta en cambio climático y ética tecnológica. La especialista sostiene que el crecimiento de la IA es tan rápido que está dejando atrás no solo la regulación, sino también la capacidad humana para comprender sus consecuencias ambientales.
En declaraciones a Swissinfo, Luccioni subraya la desconexión entre lo que los usuarios ven —como asistentes virtuales o aplicaciones automatizadas— y la infraestructura que lo sostiene. “La IA generativa consume entre 20 y 30 veces más energía que la tradicional para tareas simples”, advirtió, citando un estudio realizado en 2024.
Este aumento explosivo en la demanda energética ha llevado a una reactivación de centrales eléctricas a gas y carbón en países como Irlanda y Estados Unidos, contraviniendo los objetivos climáticos globales. “La IA crece a la velocidad de la luz, pero construir energías limpias toma años”, advirtió Luccioni. La Agencia Internacional de Energía estima que los centros de datos podrían consumir hasta 945 TWh en 2030, equivalente al gasto eléctrico conjunto de Japón y Suiza.
El impacto no se limita a la energía. La extracción intensiva de metales críticos y el uso de millones de litros de agua para refrigerar los servidores está reactivando minas y sobreexplotando recursos hídricos. Solo en 2023, la IA generativa generó 2.600 toneladas de desechos electrónicos, y se proyecta que esa cifra llegue a 2,5 millones de toneladas en 2030.
Pese a este impacto, la industria tecnológica guarda silencio. Solo el 2% de los modelos de IA reportan sus emisiones de carbono, y el 84% de los datos procesados por chatbots como ChatGPT proviene de sistemas con huella ambiental opaca. “El uso de IA aumenta, mientras la transparencia se desvanece”, lamenta Luccioni.
Las cifras que se conocen no siempre son confiables. Por ejemplo, el director de OpenAI, Sam Altman, estimó que una solicitud a ChatGPT consume 0,34 vatios hora de energía. Luccioni advierte que, aunque esa cifra fuera cierta, multiplicada por miles de millones de solicitudes diarias se traduce en un consumo colosal.
Frente a esta situación, la experta aboga por una regulación internacional urgente y por la disolución del monopolio de las grandes tecnológicas. “Solo una mayor diversidad de actores permitirá impulsar modelos de IA más sostenibles y éticamente responsables”, concluyó Luccioni, quien participó en la reciente cumbre AI for Good de Naciones Unidas.