Masistas «ponchonchocoros» cavan zanjas, les parece que con eso hacen «respetar» su tierra y se creen «guardianes» de la cárcel donde está un «asesino racista» que no merece ni visitas ni salud. Se dicen pueblo, no son más que racistas con poncho.
Masista y enferma mental que inventó un juicio, ahora dice que el preso desde su celda mandó a matarla con sicarios colombianos. Se victimiza, pero no puede con su eterna mueca burlona. Se cree justiciera, defensora de la democracia y del pueblo. Nunca respondió su desfalco.
Masistas en hordas salen a golpear y disparar petardos y dinamitas a la gente. Se creen valientes en grupo. Salen de la oficina a la plaza y piden justicia por los «mártires» que fueron «masacrados». Ninguno conoce los nombres de los muertos, otros en su puta vida pisaron Senkata, solo repiten que son 36 o 37 muertos, pero no saben que algunos corresponden a su jefe tirano, tal como dice el GIEI que es de donde salió esa cifra. Se creen valientes y corajudos en manada. Uno contra uno lloran y se declaran víctimas.
Masistas pandilleros pintan toda la ciudad con mentira tras mentira. Se creen poetas de la calle y no son más que «columnistas» adiestrados. Mienten en cada letra y quieren imponer su mentira en una urbe repleta de burócratas que son ellos mismos. Les sobra pintura y «blanca», les falta moral.
Masistas falsos, en los teclados insultan y «denuncian», sueñan con un país sin voces contrarias. Creen poseer la verdad absoluta, pero ni siquiera tienen un perfil verdadero. Solo saben el insulto y poner carita ‘me burlo’. Les pagan por eso, los militantes guerreros y buscapegas.
Y así, este país queda sometido y sojuzgado. Indiferente y aturdido. A título de «golpista asesino» y de las «víctimas masacradas», creen que ganaron la batalla moral, pero no saben que mientras más delincuentes sean, nosotros seremos mejores. La libertad se defiende y se vive ¡YO NO ME DEJO, CARAJO!