La temporada 2020-21 es un ejercicio lampedusiano de la NBA: cambiar todo para que nada cambie. La primera gran competición internacional que echó el cierre por culpa de la pandemia, el 11 de marzo, y la que mejor combatió al virus con una burbuja, en Walt Disney World, que pasará a la historia como un ejemplo de rigor, coordinación, sentido de la organización e implicación de todos sus actores. La buena salud de las relaciones que había ido cuidando con mimo Adam Silver desde que se convirtió en comisionado en 2014, de jugadores a franquicias y socios comerciales, se demostró decisiva en un tramo que pudo ser nefasto para una NBA que salvó los muebles: invirtió 180 millones de dólares en un dispositivo que rescató 1.500 millones. En medio de una pandemia y de una tremenda crispación social en Estados Unidos, la antesala de la caída de Donald Trump en las elecciones de noviembre, el baloncesto se parapetó en Disney World, acabó la temporada, salvó un buen puñado de dólares y coronó a un campeón: Los Angeles Lakers. En el año en el que nada era como tenía que ser, vino a ganar el equipo que casi siempre gana: 17 títulos ya, los mismos que Boston Celtics.
Sin público, sin viajes y sin cambios de atmósfera, casi en condiciones de laboratorio, la NBA se rindió a LeBron James, Anthony Davis y el mejor equipo de la temporada, unos Lakers que fueron también un ejemplo, finalmente, de química y resiliencia. Y que estuvieron enclaustrados desde la primera semana de julio hasta el 11 de octubre, el día en el que se coronaron por primera vez en una década, en nombre de su historia y en nombre de Kobre Bryant, que había fallecido en enero, otra hora muy negra en una temporada terriblemente accidentada para la NBA. Una que comenzó con el conflicto diplomático con China, la gallina de los huevos de oro, tras un tuit de Daryl Morey en apoyo de Hong Kong.
Las franquicias tendrán que vivir, por ahora, sin el latido y los dólares de sus aficionados. Se trata de seguir, jugar… y ya vendrá la próxima temporada
De Florida, la NBA salió con una obvia (y merecida) sensación de éxito. Y de que acababa de conseguir algo improbable… y seguramente irrepetible. Con la pandemia arreciando, más en un país donde el gobierno Trump nunca ha dado respuestas óptimas, y la burbuja como opción remota salvo que se tensara al extremo la cuerda con los jugadores, la NBA organizó sobre la marcha y sin precedentes una temporada atípica… y puente: la que debería conducir a la añorada normalidad en la siguiente, 2021-22, mantener vivo el espíritu y activo el negocio. Superar el trance, prevalecer. Y cuadrar un calendario que evitara los partidos en verano y la coincidencia con los Juegos de Tokio. Mandan las televisiones. Así que aunque se habló de enero, febrero y hasta marzo, se empezará en diciembre, con el tramo más corto de la historia entre temporadas (71 días) y todavía sin público o con muy poco. Las franquicias tendrán que vivir, por ahora, sin el latido y los dólares de sus aficionados. Se trata de seguir, jugar… y ya vendrá la próxima temporada. Prevalecer.
Así se jugará: con viajes, otra vez los treinta equipos y un calendario reducido pero extenso (72 partidos por franquicia en vez de los 82 habituales). Un salto a un vacío rellenado, otra vez, con protocolos y planes que vuelven a ser el puente hacia el futuro, la base para que la vida post Covid se parezca a la vida pre Covid, para que la reconstrucción tenga que ser lo menos profunda posible. Y así defenderán su título los Lakers, que esta vez sí parten como grandes favoritos desde la parrilla de salida. Todo lo que eran dudas antes de la temporada pasada, finalmente triunfal, son ahora certezas: LeBron y Davis han ampliados sus contratos, Frank Vogel ha creado una cultura ideal de franquicia y llegan fichajes (Montrezl Harrell, Wesley Matthews, Dennis Schröder y, claro, Marc Gasol) para hacer, a priori, todavía mejor a un campeón temible.
La competencia, siempre es así, será voraz. En el Oeste los Clippers, con Serge Ibaka a bordo, tratarán de solucionar los problemas de química que los lastraron la temporada pasada. Detrás de los dos gigantes de L.A., se tienen que redefinir las jerarquías con los Nuggets y los Jazz firmes, los Rockets de capa caída, los Mavericks en un momento crucial de su construcción, los Warriors y los Blazers en ruta de regreso y los Suns en claro ascenso. Un pelotón que, con el nuevo sistema de play in (con cuatro equipos, del séptimo al décimo) que dilucidará los dos últimos puestos de playoffs, garantiza pelea hasta el final. También en el Este, donde el nivel sube: Kevin Durant y Kyrie Irving estrenan su proyecto en los Nets, los Sixers se remodelan con Daryl Morey como arquitecto y los Celtics sueñan con dar el paso definitivo (han perdido tres finales de Conferencia en cuatro años) en una jungla llena de depredadores (Bucks, Heat, Raptors, Pacers…). Y todo camino de un verano en el que el mercado se llenará de estrellas y el mapa de la NBA volverá a reconfigurarse. Será, si todo va bien, a las puertas del regreso a la normalidad. Mientras, la NBA vuelve a enfrentarse a la pandemia, esta vez cara a cara y sin burbuja. Bienvenidos al gran reto, a la temporada 2020-21 de la mejor liga de baloncesto del mundo. La del cambiar todo para que nada cambie. Que así sea.
Autor: Juanma Rubio